Fallece Tony Mendez

  • Rafa Martínez

Tony Mendez, la voz grave del bajo que sostuvo a Kerigma y el guardián silencioso de Rockotitlán, falleció en diciembre de 2025. Su partida deja un hueco profundo en la historia del rock mexicano, no solo por su talento musical, sino por su presencia firme, generosa y constante en un movimiento que no siempre tuvo espacios seguros para crecer.

A lo largo de cuatro décadas, Tony fue más que un bajista. Fue un cómplice de miles de noches donde la música se volvió refugio, un arquitecto del sonido de una generación y un cuidador que trató a Rockotitlán como si fuera su propia casa. No había banda emergente que no lo conociera, ni músico veterano que no lo respetara. En un mundo donde muchos buscaban el reflector, Tony brillaba sin buscarlo. Su lugar estaba en la base, donde se sostiene el ritmo y se marca el pulso. Desde ahí construyó una carrera hecha de disciplina, pasión y una lealtad poco común.

Para entender la importancia de su legado hay que volver a los años en los que Kerigma ayudó a moldear el rostro del rock en español. Mientras la escena todavía peleaba por espacios, Kerigma proponía una identidad propia. Letras cargadas de inquietud y esperanza, guitarras que abrían camino y un bajo que no solo acompañaba, sino que guiaba. Ese bajo era Tony. Su estilo mezclaba precisión, intuición y un gusto natural por las líneas melódicas que daban forma a cada canción sin estorbar a nadie. Nunca tocaba de más. Nunca tocaba de menos. Tenía una técnica limpia, un oído privilegiado y un temple que sostenía al grupo incluso en los momentos más complicados.

Quienes lo vieron en vivo recuerdan su manera de tocar: concentrado, firme, como si estuviera amarrado a un cable invisible con el que conectaba a todos en el escenario. Aunque no buscaba protagonismo, acababa convirtiéndose en el corazón rítmico de cada presentación. Y Kerigma, con su propuesta singular dentro del rock mexicano, no habría sido lo mismo sin esa base sólida que Tony mantuvo durante tantos años.

Su paso por Rockotitlán es otra historia que merece contarse con calma. El lugar se convirtió en un símbolo de resistencia cultural y en un punto de encuentro para quienes buscaban un sitio donde la música pudiera sonar sin pedir permiso. Tony trabajó ahí como cuidador, pero su papel iba mucho más allá de la función técnica. Era un guardián del espíritu del lugar. Vigilaba, ordenaba, apoyaba, escuchaba. Podía recibir a una banda joven con la misma seriedad con la que trataba a los grupos de larga trayectoria. Sabía que cada músico necesitaba un espacio para crecer, y Rockotitlán era ese espacio. Él se encargaba de que todo estuviera en su sitio y de que nadie se sintiera fuera del lugar.

Muchos artistas recuerdan que, antes de tocar, Tony tenía una palabra de aliento o una señal de calma. No buscaba quedar bien con nadie. Lo hacía porque entendía que la música no es solo un acto artístico sino un ejercicio de confianza. Él ayudaba a que esa confianza se construyera. En una escena donde abundan los egos y la competencia, Tony representaba el otro extremo. Era el que sostenía, el que velaba por el ambiente, el que se quedaba hasta el final para asegurarse de que todo terminara bien. Su presencia daba seguridad. Su ausencia, hoy, pesa.

La noticia de su fallecimiento se extendió con rapidez y golpeó a músicos, productores, fans y trabajadores del mundo del entretenimiento que lo conocieron. Las redes se llenaron de fotos, recuerdos y mensajes que resaltan algo en común: Tony siempre estuvo para los demás. No solo era un músico talentoso, también era una persona que sabía escuchar, que respetaba el esfuerzo ajeno y que nunca perdió la humildad. Cada historia compartida sobre él tiene ese tono cálido que solo se usa para describir a quienes dejaron huella de forma auténtica.

Hablar de su legado es hablar de disciplina, constancia y amor por la música. Tony nunca buscó fama. Su motor fue siempre tocar bien, estar presente, construir un sonido sólido. Esa forma de trabajar inspiró a muchos músicos jóvenes que lo veían como un ejemplo de compromiso real. No necesitaba discursos para enseñar. Enseñaba con su manera de vivir el oficio.

Su fallecimiento abre un vacío emocional, pero también invita a reconocer su influencia. El rock mexicano tiene muchos héroes visibles, pero también tiene figuras esenciales que sostuvieron la escena desde abajo. Tony pertenece a ese grupo. Su trabajo permitió que Kerigma se mantuviera como una referencia y que Rockotitlán sobreviviera a períodos duros. Sin él, muchas cosas habrían sido distintas.

La mejor manera de recordarlo es escuchar su música. En cada grabación, en cada presentación registrada, suena ese bajo firme que mantiene todo en su sitio. Suena su carácter. Suena su entrega. También vale recordarlo en las anécdotas, en los pasillos oscuros de los foros, en las pláticas breves pero honestas, en las madrugadas donde la música apagaba el cansancio. Tony era de esos personajes que hacen que una escena funcione sin pedir nada a cambio.

Su familia, sus compañeros de Kerigma y la comunidad de Rockotitlán agradecen el cariño que tanta gente ha expresado. Su partida entristece, pero su historia sigue viva en cada persona que lo conoció. Tony Mendez deja un legado discreto en apariencia, pero gigante en impacto. Fue músico, trabajador incansable, amigo leal y testigo de un movimiento que cambió la cultura del país.

Hoy la escena recuerda que el rock no solo se sostiene con guitarras o voces. También se construye con manos que afinan, que organizan, que protegen y que tocan con un sentido profundo. Tony tuvo esas manos. Y su memoria seguirá presente en cada escenario donde alguna vez sonó Kerigma, en cada rincón de Rockotitlán donde cuidó el ambiente y en cada bajista que entendió que la fuerza verdadera está en la base. Su historia queda grabada. Su música también.

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